Desde la Universidad del Litoral halló en el girasol el gen que permite que los cultivos resistan a la sequía y sigan creciendo. Ahora esta detrás del gen que ayuda a sobrevivir a las plantas ante el exceso de agua. Su equipo diverso y la relación con el sector privado.

A Raquel Chan la sorprendió la dictadura justo cuando terminaba la secundaria en el Carlos Pelegrini. Eran los años de plomo y ella partió a Israel para cursar la universidad. Regresó en 1993 y se radicó en Santa Fe: desde la universidad del Litoral comenzó a dedicarle su vida al girasol, un cultivo austero, según describe, que con poco hace muchísimo. Tal vez por los hitos en una larga carrera académica, que incluyó un doctorado en la Universidad de Estrasburgo, Chan resulte una científica que deja fluir libremente sus pensamientos. Y es de las que atribuye al azar su principal descubrimiento hasta ahora, el gen que logra que en condiciones de sequía algunos cultivos sigan produciendo normalmente. Todo un desafío a la naturaleza de las plantas que cuando están sometidas a la falta de agua van cerrando sus poros para protegerse y no morir: en ese intento dejan de crecer.

Pero otra característica diferencial del trabajo de Chan es la vinculación que supo tejer desde su rol como investigadora de la Universidad del Litoral con el Conicet y el sector privado. También se distingue su equipo al sumar agrónomos, sociólogos y especialistas en inteligencia artificial. De alguna manera hizo que la biodiversidad penetrara en las decisiones entre disciplinas que se han relacionado muy mal. María Otegui, una de las mayores expertas en trigo y maíz, colabora en el diseño de los ensayos cuidando la estructura de los cultivos. Otro miembro, Margarita Portapila, experta en inteligencia artificial, ha diseñado junto a ingenieros drones con capacidad para detectar rindes y si el cultivo sembrado es transgénico. Chan dice que ha aprendido nuevas formas de actuar para liderar científicos incorporando enseñanzas.
“Siempre sorteando obstáculos”, confiesa. Para ella fue un salto al futuro pasar de investigar en un sótano que los días de lluvia se inundaba, al instituto actual en Santa Fe, “un edificio decente, con campo para hacer ensayos”.

 

Como ocurre con los emprendedores, los científicos también tienen que buscar a sus inversores ángeles. Y a eso dedica parte de su tiempo la doctora Chan. Es que además de los recursos públicos hay que encontrar a los privados interesados en innovar. La ex fundación Antorchas les dio el puntapié inicial pero en el 2001, cuando la Argentina se hundía, Bioceres, una empresa formada por 300 productores se interesó en el proyecto girasol.

La relación con Bioceres les permitido patentar el gen en lo que es un proceso largo y caro. “Si no hay patente no hay inversión” , sentencia. Claro no cualquier cosa por novedosa que sea se puede patentar. Debe demostrarse que es difícil llegar al producto obtenido y que, además, tiene utilidad industrial y altura inventiva. “Requiere abogados y toda una gestión empresaria”, afirma Chan al explicar la patente compartida con Bioceres que se hizo cargo de esa inversión.

Bioceres se asocia a dos empresas de EE.UU. para potenciar la innovación en semillas

Chan describe al girasol, su objeto de estudio, como un cultivo difícil. Su genoma tardó 17 años en ser descifrado por un consorcio internacional. En el girasol hay 50.000 genes con la singularidad que se pueden adaptar mejor en circunstancias adversas: si aparecen problemas ambientales que lo molestan, sus genes se activan.

De esta manera el éxito varía por regiones, no es de aplicación universal. Por cierto, ya lo probaron y es todo un suceso en Brasil. Para Chan es una demostración que Argentina puede exportar al mundo tecnología en la que ya aventaja al primer mundo.

La mayor sorpresa llega ahora. Chan está detrás de los genes que pueden hacer que la planta sobreviva al exceso de agua. Otro fruto del girasol.

FUENTE: Silvia Naishtat/Clarín

 

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