Gonzalo Fernández, profesor de enfermedades infecciosas y salud pública de la Facultad Veterinaria de Lugo (España), aporta una visión superadora de manejo epidemiológico para tener en cuenta en Argentina.
Según la publicación española especializada “Diario Veterinario”, cuando apareció el brote de COVID-19 era inevitable la valoración del riesgo en comparación con otras infecciones en humana que habían tenido repercusión internacional en los últimos años.
“Muchos medios de comunicación mostraron comparaciones con el SARS, el MERS, el Ébola o la pandemia de influenza del año 2009. Pronto se hizo famoso el R0 (capacidad de transmisión del virus en una población sin medidas de control)”. Según el autor, la nueva enfermedad presentaba un R0 algo mayor que la observada para el SARS, pero con una letalidad mucho menor lo cual tranquilizó a algunos.
“Las autoridades sanitarias de los diferentes países establecieron medidas similares a las tomadas en el caso del SRAS (vigilancia pasiva: diagnóstico de casos clínicos en grupos de riesgo y su aislamiento), con las que se había conseguido el control de esta infección y de otras como el MERS o el Ébola (afectando a un número limitado de casos y países)”. Sin embargo, la rápida difusión dentro de los países afectados y entre países pronto indicó que la COVID-19 era diferente.
Fernández afirma que los veterinarios y otras profesiones sanitarias que trabajan en el control de enfermedades en colectividades, se dieron cuenta que serían necesarios mayores esfuerzos para el control de la COVID-19, ofreciendo su conocimiento y laboratorios. “Y sí, la COVID-19 es diferente y la capacidad para engañar a las medidas de control que fueron útiles en otras enfermedades no estaba en el mil veces nombrado R0, si no en un indicador epidemiológico casi desconocido para el público: el intervalo entre series”.
El especialista sostiene que el intervalo entre series mide el tiempo que transcurre desde la aparición de síntomas clínicos entre un caso y el siguiente que haya sido contagiado por el primero, es decir, el tiempo entre los casos sucesivos de una cadena de transmisión. “En el caso de la COVID-19, al contrario de lo que ocurre en el SARS, MERS y el Ébola, es más corto que el período de incubación. Esta es su arma secreta: el contagio desde personas asintomáticas es mucho más importante de lo que ocurrió en los tres antecedentes citados, y explica cómo pudo diseminarse burlando las medidas basadas en la de detección de casos clínicos y su asilamiento”.
De allí que las autoridades sanitarias optaron por disminuir el R0 a un Rt> 1 (aplanar la curva) como única medida posible ante la grave situación de alta diseminación entre la población, mediante la disminución de los contactos entre la población (confinamiento), “lo que que ha tenido un aceptable resultado”, asegura.
En el caso de la influenza del año 2009, también presentaba un intervalo entre series más corto que el período de incubación, pero debido que éste último era más breve, la vigilancia activa no tendría eficacia para evitar su diseminación internacional.
“En el caso de la COVID-19, dada su mayor letalidad, esto no puede ser una opción. Pero también hay buenas noticias, la COVID-19 tiene un punto débil. Su periodo de incubación es más largo que en el caso de la influenza, lo que permite una mayor eficacia de las medidas de detección y aislamiento de personas en fase presintomática”.
Una salud. Fernández asegura que una vigilancia activa permitiría una estrategia más eficiente que el encierro total.
Proactividad anti virus
Sin embargo, Fernández está convencido que se debe accionar de otra manera: “este extremo solamente se puede conseguir mediante el establecimiento de un sistema eficaz de vigilancia activa (pruebas a personas asintomáticas) basado en un adecuado análisis de riesgo, que incluiría el aislamiento y pruebas diagnósticas de los contactos que sean detectados mediante el estudio epidemiológico retrospectivo y prospectivo de los casos clínicos (rastreo)”.
La realización de pruebas diagnósticas a grupos identificados que tengan mayor riesgo de ser infectados o puedan transmitir la infección entre colectivos (según el nivel de contactos tanto con enfermos como con la población en general y su movilidad) o pertenezcan a grupos vulnerables (residencias de ancianos) también sería objetivo de la vigilancia activa. Esto último posibilitará detectar la infección precozmente en zonas o subpoblaciones antes de la aparición de casos clínicos (centinelas subclínicos).
En el combate con la COVID-19, según el veterinario, el confinamiento no se puede mantener en el tiempo debido a razones sociales y económicas. El punto débil de nuestro rival es la duración de su periodo de incubación que debemos aprovechar para el establecimiento de la vigilancia activa que nos permita mantener el combate, hasta que llegue la ansiada vacuna. “Debemos considerar la vigilancia activa un elemento prioritario en el control de esta enfermedad y solo así, podremos empezar a pensar que ganaremos la partida”.
Y cierra apelando a “realizar un esfuerzo hasta ahora no conocido en salud pública para establecer un suficiente apoyo de laboratorios de diagnóstico, y la organización de una estructura que permita la realización de las investigaciones epidemiológicas de los casos (rastreos), así como un adecuado análisis de riesgo de subpoblaciones. Para ello se debe contar con los veterinarios y otras profesiones sanitarias que pueden aportar sus conocimientos y medios. Hoy, en esta situación crítica, es el momento de demostrar que podemos trabajar juntos por encima de intereses individuales o colectivos. Por el bien de nuestra sociedad, con una perspectiva de One Health, aún no es tarde”-
FUENTE: Campolitoral